domingo, 7 de abril de 2019

COMPARTIENDO VIVENCIAS: BOSCO ORTEGA (ALBERTO CORTEZ)

COMPARTIENDO VIVENCIAS

ALBERTO CORTEZ: LA PALABRA DEL CÍRCULO
por Bosco Ortega

“Dios respeta al hombre que trabaja y ama al hombre que canta”.
Rabindranath Tagore. (Aforismo favorito de Facundo Cabral)

Año 1980, meses previos al nacimiento de Emanuel Alberto Ortega, primogénito, en el mes de Agosto. Residía, con Mirtha, su madre, en Rosario de Santa Fe, amada ciudad de alumbramiento de nuestro hijo.
La vida, por la mañana, alrededor de Junio, me halló en la puerta de ingreso al Teatro El Círculo. Por la noche, abriría su escenario para la gala de Alberto Cortéz, en gira por el país. Mi mano sostenía, íntima y ansiosa, un sobre cuyo trazo revelaba el nombre del cantautor pampeano, nativo de Rancul. Su interior guardaba un poema, titulado Poeta de la legua, escrito en su honor, de manera ológrafa.
El portero del coliseo, inquirió acerca del motivo, luego de observar  mi presencia en la vereda. Le comenté sobre mi deseo de entregarle el contenido de la epístola a su destinatario. De inmediato, se ofreció a cumplir con el trámite. Aduje, urgido por la situación, que debía observar un mandato de entrega en persona al homenajeado.
Atento, comentó que el señor Cortéz se hallaba en plena sesión de ensayo y no había manera de contacto posible por razones obvias.
La circunstancia continuó, sin cambio. Entonces, giró sobre sus pasos y se dirigió adentro del edificio. Al cabo de unos minutos, reapareció, en compañía de un joven. Al verlo caminar por el espacio del hall, percibí una géstica de bailarín en su movimiento rítmico y sincopado: Un muchacho, con rasgo de mulato, cabello de mota afro, piernas agudas, delgado y esbelto: su caminar, un junco al
golpe de un tamboril. Sonrió, afable, con un dejo sencillo, y me dijo ser el chofer del artista. Se presentó uruguayo, para más datos. Enterado de la carta y de mi deseo, me pidió que lo acompañe, previo acuerdo con el portero. Ingresamos (lo recuerdo, como si fuera hoy), por una puerta del lado derecho, cruzamos el circuito interno, típico de un teatro, con paredes altas y sin revoque; vadeamos una curva leve y llegamos al costado derecho del escenario y nos detuvimos entre bastidores.
La sala estaba a oscuras, y en el centro de la escena estaba Alberto Cortéz, bajo un solo cenital. Ensayaba Cuando un Amigo se va, a capella, a timbre desnudo, como prueba del sonido ambiente. Su voz, recorría los meandros del auditorio y volvía, acústica perfecta, nítida a su emisor. Recuerdo a Cortez, en la distancia, vestido con camisa azul y pantalón negro. Esa imagen la llevo, tatuada en las pupilas.
A unos momentos, terminó la canción, y el guía oriental, me hizo señas que aguardara en ese lugar. Cruzó, grácil, el escenario, y se dirigió al cantante. Cambiaron unas palabras y noté su dedo en dirección al sitio de la espera. Y aquí, el asombro, súbito, imprevisto: observo al mismo Cortéz, que se dirige hacia mi persona. Llega, saluda y tiende su mano, desde su altura de un, casi, metro noventa. Le confieso mi travesura y le entrego, al fin, el sobre. Lo abre, su mirada se desliza sobre el poema, levanta su mirada y sonríe, con esa dentadura gardeliana y triunfadora, que luciera, teclado en escala, durante más de medio siglo.
De inmediato, pregunta acerca de mi asistencia al recital de la noche. Farfullo un pretexto y un gesto con mis párpados que Cortéz  (hombre de calle y de barrio) intuye como una sequía de bolsillos flacos. Reflejo rápido, el suyo; un guiño afectuoso y un pedido al chofer: “La mejor ubicación para mi amigo”. Ratifica su
interrogante acerca de mi asistencia y lo miro; titubeo, mediante. Comento, pudoroso, que no estaba solo. Entonces, repite al rioplatense, testigo del encuentro: “Dos mejores ubicaciones para mi amigo”. De inmediato,  lo requiere la rutina del ensayo, cruzamos un abrazo entre bastidores y se despide, agradecido y fraternal.  
Mi estado de júbilo y excitación me obnubiló que, una vez en el exterior, olvidé preguntarle al conductor, casi un botija yorugua, su nombre. Mi gratitud, perpetua, con aquel edecán corteziano. Merced  a su bondad, cumplí un sueño mayor.
Una vez en casa, la respuesta de mi mujer fue (la) previsible: iluso ingenuo. Lo cierto, es qué, antes de las 21, estuvimos, los tres, en la puerta del teatro. Puse, confiado, mis pies en el umbral y los dirigí  hacia la boletería. Sin dudas, interrogué: ¿El señor Alberto Cortéz dejó un sobre para Bosquín Ortega? Recibí el entrecejo que exhiben los boleteros por su trabajo; pero se dirigió al borderaux y regresó con el sobre. En efecto, estaban, allí, ambas entradas.
El acomodador nos acompañó hasta unas butacas de perspectiva visual impecable. Mirta, Emanuel Alberto, en el vientre de su madre, y un servidor, asistimos a un recital intenso, vibrante y memorial de aquel compositor que musicalizó Retrato, Las moscas y Guitarra del mesón, de don Antonio Machado, antes que Joan Manuel Serrat y que dejara el legado de 438 canciones registradas, desde 1966.  
Allí, estaba, con los míos, en Laprida 1223, solar de la sala; venía de Rodríguez Peña 975, barrio Central Norte, del patio de Zulema, mi Mamadre (como llamaba Neruda, a la suya), donde Alberto Cortéz, era el habitual “cantor de la casa”, infaltable amigo de todas las horas.
Gracias, José Alberto García Gallo (Rancul, La Pampa, 11 de Marzo de 1940-Móstoles, Madrid, 4 de Abril de 2019), al hombre que honró su persona al cumplir su palabra en el Círculo con tres
compatriotas suyos. Gracias, Alberto Cortéz, por cerrar el orbe de tu vida y obra, con un testimonio ético y digno; una ofrenda artística de valores y principios; una conducta personal y un ejemplo profesional, sin concesiones. Caballero cantante y andante, Quijote argentino, ciudadano de la belleza.

A Renata Govaerts, su esposa, belga, desde el 2 de Junio de 1964.   

                       
Una hermosa historia querido hermano de las letras Bosco Ortega. Yo también tengo las mías. Lloro su despedida no por él, por mí y por mis recuerdos. Siempre cantamos sus canciones con mi marido y mis hijos en los caminos de la Pampa cuando viajábamos para el sur. Hoy lo seguiremos recordando todos con cariño y cantando sus canciones que serán impereceredas. Que en Paz Descanse. Amén.     

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