jueves, 21 de junio de 2018

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO DE LUCAS 1,57-66.80

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO: LUCAS
1,57-66.80
“La Iglesia elige para la fiesta de san Juan los días más largos del año; los días
que tienen más luz, porque en las tinieblas de aquel tiempo Juan era el hombre
de la luz: no de una luz propia, sino de una luz reflejada. Como una luna” (Papa
Francisco).
Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo.
El evangelio de esta fiesta nos ofrece una excelente pedagogía para orar. Nos
invita a poner los ojos en Isabel, la mujer a la que Dios se le metió dentro de su
pequeñez, levantó su vida desesperanzada, abrió su vida estéril a la
fecundidad. Isabel nos enseña algo fundamental para todos los orantes: Dios
es fiel, no engaña, cumple sus promesas; Dios es lo nuevo, el novio, lo gratuito.
Isabel invita a la alegría de la fe, a la dicha de creer que se cumple lo que dice
el Señor. Nos alegramos contigo, Dios nuestro.
Se va a llamar Juan.
¿Cómo llamar al misterio de Dios que nos nace por dentro? ¿Qué nombre le
daremos a lo que Dios hace en nosotros? ¿Diremos, como querían los vecinos
de Isabel, que todo es obra de nuestras manos? La segunda pista para nuestra
oración nos la dan Isabel y Zacarías. Los dos reconocen que Dios es el
protagonista del milagro que ha acontecido en sus vidas y dan a su hijo el
nombre de Juan. Juan significa que Dios se apiada, que tiene misericordia, que
visita y libera a su pueblo. Isabel y Zacarías nos invitan a descubrir que Dios es
la fuente de toda santidad. No podemos entendernos sin ti, Dios salvador.
Tú nos das el nombre y el sentido.
Se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo
a Dios.
La tercera pista para nuestra oración nos la da Zacarías. Al ver la acción de
Dios, su boca y su lengua, antes tan atadas a la mudez, se llenan de cantares y
un río de alabanza se extiende por el pueblo. Bendito y alabado seas, Señor,
por las maravillas que obras en nosotros.
¿Qué va a ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con
él.
La cuarta pista para nuestra oración nos da el niño Juan. Él es el fruto de la fe,
la nueva creación que Dios ha puesto en medio del pueblo. Juan nos enseña
que, cuando Dios está en el corazón, afrontamos el futuro con esperanza,
contamos la historia de otra manera, llevamos en la mirada la verdad y el amor
de Dios para todos. Pon tu mano, Señor, sobre nosotros, para que ningún
viento contrario, por fuerte que sea, apague el gozo que nos has puesto
en nuestro corazón.
Vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.
La quinta pista para nuestra oración nos la regala Juan en el desierto. El
desierto es el tiempo del amor, del cara a cara con ese Dios, que quiere
nuestra alegría. El desierto es silencio para abrir el oído a la Palabra creadora

de Dios. El desierto es interioridad habitada por el Dios que solo sabe amar y
dar vida. Así estamos en la oración, hasta que llega el momento de salir a la
calle, de dar testimonio, de reflejar a Dios con las obras. Danos, Señor, el
espíritu de Juan para que nos presentemos ante los demás dando la vida
con alegría, porque el amor y la alegría son la mejor forma de hablar de
Ti. 

Amén Amén. Gracias Hermana Rosalía y Marga Pérez por este texto tan bonito. 

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