domingo, 17 de abril de 2016

COMPARTIENDO: Néstor Barbarito: MARÍA, LA DE LAS ALAS DE ÁGUILA

MARÍA, LA DE LAS ALAS DE ÁGUILA

«Y apareció en el cielo un gran signo:
una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies
y una corona de doce estrellas en su cabeza».
(Apoc 12,1)

Las visiones de San Juan en el Apocalipsis,  dicen poco más adelante del párrafo del epígrafe, que después de que ella dio a  luz a su Hijo,  el Dragón  se lanzó en persecución de la Mujer, pero ella recibió «las dos alas del águila grande, para volar lejos de la serpiente» (Apoc 12, 14).

Leyendo íntegramente el capítulo 12 del Apocalipsis, creo entender  algo más sobre el papel que la Santísima Virgen juega en la economía de la salvación. Sobre todo acerca de por qué las generaciones inmediatas a Jesús no la tuvieron más presente en el culto, y su veneración en cambio fue creciendo luego hasta adquirir las dimensiones que hoy tiene en la Iglesia Universal.
Creo que si Ella hubiera quedado en medio de la “escena” al comienzo de la evangelización, tiempo de desconfianzas, confusión y herejías hacia todos lados,  quizás hubiese sido “alcanzada por la serpiente” y utilizada para confundir al pueblo que poco a poco y trabajosamente iba distinguiendo el trigo de en medio de la cizaña, y aceptando en su corazón la Buena Noticia.  “La Bestia; la Serpiente o el Dragón”, según las distintas traducciones, son sinónimos usados por el profeta para referirse a Satanás. En su momento se referían al poder político de Roma, que perseguía a los cristianos, y también a las religiones paganas que amenazaban contaminar y confundir a los seguidores de la fe naciente, y aun quizás la referencia abarcara a los mismos judíos fundamentalistas, que intentaban frenar la expansión del cristianismo, la nueva “herejía”, poniendo trabas y urdiendo engaños y calumnias
En cambio luego, cuando, gracias a la machacona predicación de los Apóstoles y sus primeros sucesores, sellada en incontables oportunidades con la rúbrica de la sangre del martirio, las comunidades fueron entendiendo con mayor claridad quién era quién en la obra de la Redención, y la presencia de la Virgen fue creciendo en la piedad popular y en el culto oficial de la Iglesia. El conocimiento de su papel en  la vida de Jesús y en su obra de salvación se fue desvelando de a poco, y al fin  pudo ser conocido y evaluado en su justo término sin incurrir en graves desviaciones.

«Dios le había preparado un refugio» (Apoc 12,6) para sustraerla a las acechanzas de “la Serpiente”, «mientras ella, enfurecida, se iba a luchar contra el resto de su descendencia, que son los que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de Jesús» (Apoc 12,17) (versículo éste que me confirma una vez más que “La Mujer” es nuestra Madre).  Pero ahora, que la Iglesia ya tiene su fundamento firme gracias a la acción del Espíritu, que apuntaló la firmeza de sus mártires, y consolidó la fe y la perseverancia  de sus confesores, “María ha vuelto del desierto”, y participa  activamente en la defensa de sus hijos que son tentados y combatidos por “El gran Seductor”.
Ahora puede Ella cumplir cabalmente la tarea para la que Dios la destinó. Después de cuidar y criar amorosamente a su Unigénito, el Señor le encomendó la misión  de irradiar y hacer amar su Nombre,  y  a nosotros, que también somos hijos suyos en Cristo, recordarnos hasta el final de los tiempos:  «Hagan todo lo que Él les diga» (cf. Jn  1,5) .                       

Sin embargo, el riesgo de que el Seductor confunda a los hombres, sigue existiendo, y por eso nos es imperioso perseverar en la difusión de la sana doctrina,  la catequesis, o al menos la transmisión del kerigma, ya que siempre hay hermanos poco esclarecidos que pueden caer en la trampa, y muchos otros que coquetean con el error o la superstición.
Y creo que en esto hay que respetar una regla de oro: “Si la devoción a María te retiene sólo en ella, desconfiá. Probablemente no es de Dios”. No existe un catolicismo ‘mariocéntrico’. Si, en cambio, además de ofrecerte su amor y protección, te arrima a Jesús —sobre todo a su palabra y a la eucaristía— esa es, sin dudas, una acción del Espíritu. Ella está cumpliendo el rol de  “Cristófora”, esto es: portadora de Cristo. Esa es la misión que Dios le confió.

María no fue jamás despojada de “las alas de la gran águila” ni lo será ya por la eternidad. Es por eso que puede ir y venir entre sus hijos y el trono de Dios y ayudarnos a hacerlo también,  protegiendo así a los que confiamos en su Corazón Inmaculado.

Por eso me da gusto y alegría  llamarla
                                                                      MARÍA, LA DE LAS ALAS DE ÁGUILA.
                                                                                        Néstor Barbarito 

Mil gracias Néstor. Muy bueno. ¡Se escribe tan poco sobre María! Que el Señor te bendiga.                                                                                                                                 

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