jueves, 14 de marzo de 2019

LA TRANSFIGURACIÓN: TODO POR JESÚS

TODO POR JESÚS

LA TRANSFIGURACIÓN

Transfiguración: Ruta que Disipa Tinieblas y Abre a la Esperanza

[ Del Domingo 17 al Sábado 23 de Marzo ]

En la 2ª Semana de Cuaresma, la Liturgia nos invita a experimentar la Transfiguración del Señor como la Ruta que disipa Tinieblas y nos abre a la Esperanza. Esta ruta, según el evangelista Lucas, cuenta con cuatro momentos: estar a solas con Jesús, captar su gloria, escuchar a Dios y hacer silencio.
Estar a solas con Jesús. Los evangelistas Lucas, Marcos y Mateo presentan la Transfiguración como una experiencia de camino para estar con Jesús. Pero Lucas destaca que este camino se realiza desde la fuerza de la Oración: Jesús se hizo acompañar de Pedro, Juan y Santiago y subió a un monte para orar (Lc. 9,28). En medio de esta oración, Jesús se transfiguró, se volvió traslúcido: los discípulos pudieron mirar, oír, sentir y comprender a través de Él.
El poder tan profundo de la oración se debe a que tiene la magia de situar los acontecimientos de nuestra vida en la fuerza y en la esperanza que sólo vienen de Dios que nos ama. La oración es capaz de conjugar nuestros dolores y alegrías y, a la vez, nos permite impulsar cambios en la vida personal y social.
Ver la gloria de Dios. A Jesús lo seguía el Sol (la Luz) a todas partes. En el Tabor los Discípulos vieron que su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. Ellos vieron que este Sol ya no seguía a Jesús sino que Él se había tornado Sol, se había convertido en Luz.
La Luz de Jesús nos llena de vitalidad. Junto a Moisés que representa la Ley y a Elías que representa la Libertad está Jesús que es Bondad total. Este encuentro copa todo el imaginario que los discípulos podían tener sobre la vida. La libertad y la ley son aspectos imprescindibles para que haya vida personal y vida compartida. Pero la ley y la libertad serían ineficaces si les faltara bondad. Si no hay algún grado de benevolencia, la vida se vuelve un infierno.
Escuchar a Dios. Los discípulos no sabían qué hacer con la vitalidad surgida de tanto sol y de tanta luz. Pedro se atrevió a decir: Señor, ¡qué bien se está aquí! Haremos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pero, cuando Pedro estaba hablando, una nube los cubrió y se oyó una voz que dijo: Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenlo.
Dios dice que escuchemos a Jesús, su Hijo. Pero a veces nos da miedo oírlo, porque, o nos parece huida, invento, evasión, o nos da miedo perder nuestras seguridades. Cuando escuchamos a Jesús, entonces comenzamos a recuperar tanto la alegría y la esperanza como la libertad y la generosidad. Y esto si que nos otorga la verdadera vida y la auténtica seguridad.
Hacer silencio. Después de oír la voz de Dios, los discípulos guardaron silencio. Y es que el silencio abre un compás de tiempo entre lo vivido y la respuesta. La calidad de nuestra actuación como respuesta al amor de Dios sólo se fragua en la densidad interior de nuestra vida que se logra mediante el silencio.
Cuando hacemos silencio, entonces podemos meditar, reflexionar, considerar y contemplar. El silencio permite enraizar nuestra vida más allá de toda seguridad. Nos ayuda a ser más conscientes de nuestras posibilidades y limitaciones, y que si algo podemos, es porque Dios y la Vida nos lo regalan inmerecidamente (EE. 322, 2-4), para que crezcamos en humildad y verdad.
La Transfiguración del Señor no puede ser vivida como un evento más de la fe sino como la verdadera ruta que disipa las tiniebla y desbarata la perversidad de la propia vida y de nuestra sociedad, y así podamos abrirnos por completo a la esperanza. Que no tengamos miedo ni nos paralice las complicaciones de la vida personal ni mucho menos la injusticia o abuso de poder, sino que nos den mayor impulso para colocarnos en un amor y en un servicio más fuertes que la misma muerte.
Mil gracias Hna. Rosalía y Marga Pérez. Lo mejor para ustedes en esta Cuaresma. Amén.

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