viernes, 14 de diciembre de 2018

SALUDO NAVIDEÑO: NÉSTOR BARBARITO




SALUDO NAVIDEÑO
NÉSTOR BARBARITO

Amigos: intentando esbozar un saludo, discurría acerca del modo de expresarles nuestros deseos para ustedes en esta Navidad. Tratando de escoger las palabras con las que lo diría, y recordando aquello de San Ignacio, de “hacerse la composición de lugar”, me pregunté qué desearía para mí en aquel bendito día.

Tratando de representarme la escena, imaginé en mi corazón un gran portal de dos hojas, abierto de par en par. En la escena, apareció enseguida una bellísima muchacha, sin lugar a dudas pronta a dar a luz. Era Ella; la queridísima María. Que iba a ser la Madre de mi Señor. Imposible no estar seguro, ya que aquella imagen era una creación de mi mente —guiada e impulsada por la gracia, lo descarto— y yo la pensaba a Ella, que buscaba un refugio tibio en mi corazón para alumbrar en él a su Niño.

En aquel punto de mi imaginaria escena, creo que el Espíritu Santo sopló con fuerza sobre mí por un instante, y caí en la cuenta de que, en la Navidad, los cristianos con frecuencia nos deseamos mutuamente que brindemos una cálida acogida al Niño Dios en nuestros corazones, pero pocas veces —en verdad creo que muy pocas— pensamos que, para que Él nazca, debe estar Ella. Que Ella es la verdadera “cristófora”: la portadora de Cristo. Que Él llega hasta el pesebre de nuestro corazón dentro de su cálido y virginal vientre, como lo hizo en Belén hace veinte siglos.

Entonces entendí, creo que no sólo intelectualmente sino que aquellas ideas penetraron también en mi corazón, que Navidad no es sólo la fiesta del niño Jesús. También lo es de María. Y así como vamos con un ramo de flores a visitar y felicitar a una hermana o una amiga que acaba de alumbrar; a alegrarnos con ella, y manifestarle tantos buenos deseos para ella y su niño, así, pero con mucha más razón, es preciso tener presente, en primer plano junto al Salvador que nace, a la Madre que nos lo brinda. Y darle gracias con el corazón encendido.

Llegado a este punto, sin que yo me lo propusiera, mi reflexión se tornó en oración, retomé la imagen del corazón con el portal abierto, y le di paso a la Santísima Virgen; le rogué que entrara y perdonara la pobreza del albergue que le ofrecía, le pedí que intercediera ante su divino Esposo, el Espíritu Santo, para que Él lo enriqueciera con su gracia, e hiciera de mi corazón un mullido pesebre colmado de amor hacia el Hijo que nacía y la Madre que me lo brindaba, en el más inefable regalo de Navidad.

Después de un rato de gozar de esta imagen y de los sentimientos que ella había engendrado, le expresé a Dios mi gratitud, y pude al fin escribirles este breve saludo.

Queridos amigos: disponer el corazón para la Navidad, es abrirle de par en par sus puertas a la bendita Virgen Madre, que busca un pesebre para dar a luz a su Hijo. Quiera Dios que encuentre en el vuestro un nido cálido y generoso. El corazón es nuestro, de nosotros depende abrirles de par en par las puertas, y el amor con que los recibamos. Ella lo espera. Él, sin dudas, quiere nacer allí. ¡No los hagamos esperar!
Un abrazo fuerte, y muy, muy feliz Navidad. 

                                                                     Luisita y Néstor

Mil gracias amigos. Igualmente para ustedes. Elsa.

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