lunes, 16 de diciembre de 2013

¡Qué difícil es ser Dios!


Meditación sobre nuestra actitud frente a la Mirada de Dios
 

Ustedes dirán que el título es un tanto obvio, porque justamente para eso el Señor es Dios, para realizar las cosas no solo difíciles, sino aun las imposibles. Pero sin embargo hoy quiero referirme a las dificultades que El afronta a la hora de propiciar nuestra salvación, que es exactamente lo que Dios ha venido haciendo por milenios. De hecho, llegado el punto de la culminación de los tiempos, El se hizo Hombre y murió por nosotros, y en Muerte de Cruz. Fíjense qué lejos está dispuesto nuestro Dios a ir para crear el clima que facilite nuestra conversión, para darnos los medios necesarios.

Y Dios, que ha hecho y sigue haciendo cuanto está a Su alcance dentro de Su Ley de Misericordia y Justicia, ve con tristeza qué poco nos aprovecha de todo lo que de Él recibimos. Por eso insisto, ¡Qué difícil es ser Dios! Somos hombres ciegos, mejor dicho, somos hombres que solo ven lo que quieren ver, lo que les conviene a sus fines mezquinos, y no a lo que Dios espera de ellos.
Meditemos en esa conocida Palabra de Dios, la que dice que el hombre fue hecho a Su imagen y semejanza. ¿En qué nos asemejamos a Dios? En muchísimas cosas, pero fundamentalmente en una: Dios tiene una Voluntad Creadora, con la que hizo el mundo. Su Palabra que con el “Hágase” construye y da vida. Dios dio al hombre, igualmente, una voluntad. Esa voluntad, nuestro libre albedrío, nos asemeja a Él, porque podemos disponer de ella para construir o destruir nuestra vida. Somos libres, como Dios es Libre.
¿Qué debemos hacer con esta voluntad, don maravilloso que Dios nos da?
La respuesta del hombre a este llamado de Dios es diversa. Este mundo prefiere dar vuelta los factores, y en lugar de reconocerse como hecho a semejanza de Dios, se construye un dios a su imagen y semejanza. El mundo falsea  así la Verdad Revelada, y se fabrica un dios a su propia imagen, y con la misma hipocresía espera y reclama que ese dios haga la voluntad del mundo, del hombre. Este espíritu de error y rebeldía que se difunde como una metástasis irrefrenable, parte de la consigna de que ese dios es tan bueno y misericordioso, que se adaptará y ajustará a las necesidades, caprichos y modernidades que este hombre moderno reclama.
Esta actitud no es nueva, es muy antigua, milenaria. La novedad es que en estos tiempos parece expandirse de modo más eficaz que nunca antes, apoyada en el sabor dulzón y atractivo que tiene la invitación a la rebeldía, a la revolución.
El revolucionario es asesinado por su misma revolución, porque su poder está construido sobre la invitación al desorden, al caos. Y Dios, que es puro Amor, también es puro orden, porque el Amor participa del orden, de la justicia. Los mandamientos que Dios nos puso como Ley, aún están vigentes, porque Cristo no vino a abolir la Ley, sino a ponerla en práctica. La Ley de Dios nos invita a poner orden en nuestra vida, con un eje absoluto en el Amor, pero respetando con humildad los principios sobre los que está construida nuestra sociedad, que es la Iglesia.
Para Dios es difícil el hacernos entrar en un camino de conversión verdadera, por nuestra rebeldía y empecinamiento en la desobediencia. La Ley del Amor es muy clara, baste leer los Diez Mandamientos, o las Bienaventuranzas, para comprender qué espera Dios de nosotros. Ese es el fin de nuestra vida, realizar la Voluntad de Dios, porque fuimos hechos a Su semejanza. Como en un espejo, mirémonos reflejados en el Amor que Jesucristo derramó en Su paso por el mundo, haciendo que Dios tenga así éxito en Su mayor anhelo: nuestra salvación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario